Novela

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Con quince años, escribí algunos cuentos y novelitas. No, no es despectivo; es que eran cortas, de alrededor de cien páginas, y alguna de ellas quedó inconclusa. Pero también es cierto que no valen nada, claro, y no las conservo más que como mero documento de mi propia arqueología sentimental.

Los relatos que escribía a principios de esta primera década del siglo XXI, me salían largos, tal vez, excesivamente largos. Y, pese a ello, alguna de las tramas que me asaltaban requería un espacio todavía mayor.

Así, empecé a redactar esta novela, “Jardín de vanidades”, pero no avanzaba gran cosa, debido a que, continuamente, la interrumpía para escribir el cuento que daba a publicar en nuestros cuadernos cada dos meses o por algún otro compromiso. Entonces, tomé la decisión de no escribir nada hasta que no acabara la novela. Pude, así, consagrarme a esta tarea y, gracias a que me obligué a sacarla por entregas en los dieciséis primeros cuadernos de “MOLÍNeA”, hoy, la tengo terminada. Y ha sido una muy bonita experiencia.

Me apasiono con lo que escribo y puedo habitar en la obsesión de lo que ando orquestando, mientras paso de puntillas por la vida. Es la función redentora del arte.

He escrito de pintores, de antiguos veleros y de muchos lugares que estimulan mi fantasía, pero puedo escribir de más pintores y de otros artistas y de muchos más temas y países con los que sueño.
Aprovecho mis experiencias y conocimientos artísticos, es cierto, pero no se trata de una novela autobiográfica ni me identifico con el protagonista. No he improvisado un pintor capaz de proezas artísticas que me rediman de ninguna frustración. Acuciado, tal vez, por el afán de originalidad, simplemente, he dado vida a un personaje creíble pero que no tiene parangón en la realidad, tal y como explica la psiquiatra en una de las entregas finales.

Aquí, el lector puede acceder a algunos capítulos de “Jardín de vanidades”.

Descargar extracto de «Jardín de vanidades»

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